sábado, 30 de abril de 2016

CUÁNTAS GUERRAS MÁS




¿Cuántas guerras más habrán de sucederse?
¿Cuánto odio, cuánto miserable rencor?
¿Cuántas vidas más tendrían que perderse
en batallas estúpidas y sin razón

hasta el día en que el hombre por fin comprenda
que no debe ser más para el hombre un lobo,
y arrancándose de los ojos la venda
destierre la ignorancia y el ciego odio

y deje de destruir, robar, saquear,
matar impunemente a su fiero antojo?
El aire apenas se puede ya ni respirar,
nos asfixian nuestros propios despojos,


la podredumbre nos inunda por doquier,
el mundo es cada vez menos habitable,
y mientras tanto, el hombre, ebrio de poder,
con el cetro en una mano, en la otra el sable,

se vanagloria de sí mismo en su trono,
se cree el mismo centro del universo,
y pensando que es él todopoderoso
convierte el poder en su único credo.



Con el brillo en sus ojos del oro inmundo
no ve más allá de su propia riqueza,
ni desea ver la verdad de este mundo
ni de su propio corazón la vileza.

Tan sólo piensa en satisfacer su ambición
aunque muchas cabezas halla de pisar,
pues lo único que vale es subir posición
y en el camino destruir a su rival.

Poco importa si ese trono se levanta
sobre la injusticia, la miseria, el hambre
de pan, justicia y libertad de las masas,
sobre todo aquello que muy pocos saben,


la verdad oculta, la verdad velada,
la verdad que si el pueblo la conociera
lloraría de frustración y de rabia
al pensar que tan sólo unos fueran

los que han movido siempre los hilos
del poder, de los que el pueblo nada sabe.
Con ellos, han manejado los destinos
de las personas de un modo miserable

para que a muerte se aborrezcan entre ellas,
y éstas, buscando en su ignorancia un culpable,
han convertido en su religión la guerra,
sin ver que no es aquel que tienen delante

su enemigo, sino otra marioneta más.
Pero aunque alguien conociera esta gran verdad
no podría romper el muro de maldad
que encierra la capacidad de razonar,

pues la venda en los ojos impide saber
quien es en verdad el único enemigo,
aquel que, entre sombras, jamás se deja ver
y desde las sombras maneja los hilos.


Así que aunque su voz alguien pudiera alzar
nadie se molestaría en escucharlo,
y su mensaje el tirano haría callar
apretando más el puño hasta asfixiarlo.

Entonces el pueblo, viendo por los ojos
de su amo, actúa de un modo irracional.
Pensando que tal es el método propio,
entra en el próspero negocio de matar,

y resulta tristemente divertido
ver avanzar patéticos batallones
de marionetas en guerras sin sentido,
orgullosas de banderas y pendones,
 


rezando su credo de honor y de gloria
y dispuestas a matar al enemigo
por su amo, o morir de manera honrosa,
pues piensan que tal es su único destino,

ya que el vulgo tiene muy asumido
que tan sólo la violencia es la solución
a cualquier problema que le halla surgido,
haciendo así una guerra por cualquier razón.

Únicamente saben hacer entonces
escupir al mundo todo su odio y rabia,
y en son de guerra haciendo sonar los bronces
alzarse las masas y agarrar las armas.


Por todas partes sangre la tierra inunda,
ruedan cabezas, y son sustituidas
por otras en las que el odio igual abunda.
El odio permanece, y la rueda gira.

Así, es como el pueblo siempre está debajo,
y siempre hay una cabeza que dirige,
y ordena, y reprime desde lo más alto
pues el odio y la sangre son quien la erigen.


Reinan así por doquier muerte y destrucción,
pues en lucha eterna contra la injusticia
el odio es del pueblo su eterna maldición
ya que a sí mismo dirige su diatriba

al estar ciegos ojos, mente y corazón;
ciegos por un odio que a su amo interesa,
pues mientras esté así nublada su razón
no verá a quién debe en verdad su miseria.


Así pues, para que el pueblo sea en verdad libre
no basta con que en armas y dispuesto a la guerra
se levante con ánimo violento e irascible,
alimentando con más tierra la Madre Tierra.

Así pues, para que sea realmente libre,
el pueblo debe primero arrancarse la venda
de los ojos, la que claramente ver le impide,
y mirando a la luz por fin la verdad comprenda.

Para que al fin la violencia sea desterrada
debe destruir de su corazón las cadenas,
pudiendo alcanzar así la libertad anhelada
y la guerra ya no sea siempre su condena.


Si el hombre de su corazón pronto derrocase
al usurpador, su amo, ese cruel tirano
que le impone su trono despiadado y salvaje,
y libre, ya sin coacción, alzando las manos,

se percatase al fin de que a nadie necesita
que le muestre aquello que siempre ha llevado dentro,
si viese que la nobleza no la otorga un cetro,
ni que el trono de honestidad es garantía,

al fin vería que su vida puede pertenecer
a sí mismo, que nadie puede jamás pretender
manejarlo a su antojo y obligarlo a obedecer,
y aquí no estaría tan fácil dispuesto a ceder.


El mundo al fin pertenecería al ser humano,
no a esa marioneta en manos del poder que ahora es,
y de hecho el poder en sí dejaría por fin de ser poder
al no tener con quien jugar en sus crueles manos.

La humanidad ya no sería potencialidad
sino una realidad en esencia y existencia,
que halla su más alta forma de cotidiana ciencia
en la búsqueda implacable de la libertad.


miércoles, 27 de abril de 2016

PACTO CON EL DIABLO


Aviso para los corazones sensibles: este relato es lo más espeluznante que jamás haya salido de imaginación humana. Para escribirlo tuve que descargar en mi pluma todo mi odio y todos mis sentimientos negativos, y tener una voluntad de hierro para no sucumbir ante lo espantosamente abismal que, en mi insensata osadía, me estaba atreviendo a describir con palabras que me fueron dictadas sin lugar a dudas por algún espíritu oscuro que, desde ese día, ha invadido mi vida y ya nunca jamás me dejará descansar en paz. Avisados quedáis aquellos que en la lectura de estas letras malditas libremente os adentréis.




Había dedicado mi vida por entero al vicio y al fornicio. No había pecado en el que no me hubiera revolcado con placer, salvo el de la pereza, pues consideraba que pocas eran las horas que tenía el día como para andarlas perdiendo en el sueño. No estaba en la cama más que lo justo para levantarme descansado y listo para la siguiente ronda de pecados. Y si me quedaba en el lecho, no era para dormir, precisamente. Ya me entendéis. Las noches transcurrían de juerga en juerga, de borrachera en borrachera, de orgía en orgía. Y más de una vez me sorprendió el alba en plena partida de cartas, o jugando al ajedrez sobre la extraña geometría de la espalda de alguna dama de sospechosa reputación. Mas, como la juventud no ha de durar siempre, y las fuerzas han de ser por fuerza finitas, heme aquí que en un momento determinado comencé a temer que no pudiera aguantar ese ritmo durante mucho más tiempo. Pero no estaban mis temores fundados en esos relatos de mojigatos que, después de coquetear con el desastre, sienten una punzada de beatitud en el alma y se arrepienten de todos los pecados cometidos para que dios los acoja en su seno cuando les llegase la postrera hora. No, no era yo de esos. A mí me daban igual la beatitud y la santidad. No deseaba yo ser salvado, ni el eterno descanso de mi alma en la gloria de ningún dios. En absoluto. Lo único que deseaba es que no me fallaran las fuerzas en mi afán de exprimir la vida al máximo, y que si me encontraba la parca, me encontrara en plena diversión. Así que, como tan de moda estaba en mi época, invoqué al diablo con objeto de hacer un trato con él, un pacto por el cual él se llevaría mi alma.¿Y qué me daría a cambio? De mi boca, en la reunión que ambos mantuvimos, sólo salieron siete palabras, ante las cuales sonrió, con su tan reconociblemente maléfica sonrisa, me dijo que no había ningún problema al respecto, y materializó entre sus manos, en un “tour de passe” de llamaradas y humo, un pergamino con un contrato escrito, el cual yo debía firmar con mi sangre. Todo muy normal, tal y como lo había leído una y mil veces en las novelas románticas tan en boga por aquel entonces. Y las siete palabras que de mi boca salieron fueron las siguientes: “no quiero volver a aburrirme nunca más”. Maldito demonio. En mala hora me embaucaste con tus tretas y tus malas artes. No había pasado apenas una hora desde nuestro infernal encuentro, cuando tropecé por casualidad con una señorita de la que quedé automáticamente enamorado. No sé cómo ni por qué pudo suceder tal cosa, pues siempre había sido yo inmune a los estragos del amor. No me cabe la menor duda de que el diablo tuvo algo que ver en todo este embrollo. Y la muy desgraciada no tuvo mejor idea que la de enamorarse ella también de mí a su vez. Así que, como dos tortolitos, paseamos cogidos de la mano declarándonos nuestro mutuo amor. Y como no hay amor novelesco que se precie que no acabe en boda, pues que casándonos como está mandado que hubimos de acabar. Y sí, “acabar”, no encuentro mejor palabra para definir mi vida desde ese momento. Pues resultó que mi recién estrenada y amada mujercita no sólo era tremendamente fértil, sino además proclive a los partos múltiples. Quintillizos tuvo en su primer parto, mientras yo no salía de mi asombro viendo semejante ejército saliendo de su útero, dispuesto a sitiar mi vida. Desde ese día es cierto que ya nunca más he vuelto a aburrirme: no tengo tiempo. Ya no duermo, pero no porque ande de parranda como hiciera antaño, sino porque me paso toda la noche preparando biberones, cambiando pañales y meciendo por turnos a unos y a otros. El día me lo paso por entero trabajando de sol a sol para pagar la gran multitud de facturas que se acumulan de los gastos derivados de la manutención de semejante prole. En este mi nuevo estado, rogaría a dios que me llevara pronto, para poder descansar en su seno. Pero me sería inútil, pues bien sé que dios me ha abandonado, y que el diablo me concedió también, junto con mi mujer y mis hijos, una salud de hierro y una vida longeva para que pudiese “disfrutar” de su “regalo” hasta el fin de mis días, que aún quedarán muy, muy lejanos. Y mientras tanto, voy penando, “agradeciendo” al diablo haberme concedido mi deseo: no quiero volver a aburrirme nunca más”. Y es que hay que tener mucho cuidado con lo que se le pide al diablo.

MORALEJA: Los deseos, una vez cumplidos, muchas veces no resultan tal y como esperábamos que fuesen.



lunes, 25 de abril de 2016

LETRINA SENTIMENTAL


A modo de prólogo, he de decir que escribí este poema desde las vísceras, en un momento de arrebatado cabreo después de haber entrado en algunas comunidades de Google+ supuestamente dedicadas a la poesía, y percatarme que no eran más que fachadas para simples páginas de contactos. No daré nombres, porque la verdad es que ni me fijé en dónde estaba ni quién dijo qué, puesto que salí escopetado como alma que lleva el diablo.

Por suerte, soy un hombre felizmente casado y mis únicos intereses aquí son leer a mis compañeros y compañeras de letras y escribir para mí mismo y para ellos y ellas. Y por eso precisamente me enerva que se usen páginas de literatura con fines tan prosaicos, disfrazadas de poesía, cuando no se cuidan ni las más elementales reglas de ortografía.

Y no hablo de ir de santo beatífico por la vida. Yo mismo no soy ningún santo. Por eso diferenciaré a quien escribe maravillosa poesía y literatura erótica. Es más, hay por aquí muchos compañeros y compañeras que tienen la destreza de hacer del erotismo un fino arte. Ellos y ellas saben perfectamente que no son blanco de mis pullas para nada. Diría más: en este sentido, y al hilo de lo que comento, no puedo ni imaginar el acoso que habrán sufrido las compañeras (pues el acoso sigue siendo, por desgracia, feudo mayoritario, aunque no exclusivo, de los hombres) que se atreven a escribir sobre erotismo. Imagino al típico baboso de los que hablaba al principio, de los que piensan que esto es una página de contactos: “Pssss... Rubía, sí, tú, rubia (me da igual que seas morena, o pelirroja, en realidad sólo me interesan los pelos de tu coño)... Estás buenísima (en realidad ni te he mirado, sólo me interesa verte en pelotas)... Mira lo que tengo aquí, debajo de la gabardina. Déjame tu correo privado para enviarte una foto de mi polla y hacemos realidad las fantasías sobre las que escribes”. Llamar patético a este comportamiento sería quedarse cortos. Porque incluso si alguien quiere usar una página de estas para sus conquistas amorosas, por supuesto que lo alabaré, siempre que lo haga con buen gusto poéticamente hablando.

Y no nos vayamos al extremo contrario, que no es que esté hablando de escribir ñoñerías y mojigaterías sobre el amor, repitiendo una y otra vez las mismas sobreexplotadas fórmulas, que también me enervan y se suelen confundir con poesía más a menudo de lo que recomienda nuestra salud mental: “Te quiero y te adoro y te compro un loro. Eres tan hermosa que te regalaré una rosa”. Y ya está, ya hemos compuesto un poema, ya somos poetas. Y ahora vendrá quien me diga que no puedo juzgar lo que otra persona escribe con el corazón, aunque no sea perfecto estilísticamente hablando. Y yo le responderé que si se empeña en llamar poesía a la primera tontería que se le ocurre y que escribe a toda prisa y corriendo y después cuelga en internet, se atiene a ser juzgado, porque en eso consiste precisamente ser escritor: en escribir nuestras historias para que las demás las lean, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Quien no esté dispuesto a ello, haría mejor en hacer lo que se ha hecho siempre: tener un bloc de notas donde escribe las parrafadas de esta índole para después guardarlo en un cajón con siete llaves y no enseñárselo a nadie jamás. Pero claro, internet tiene eso: es inmediato. No hace falta ni pensar. Escribo y cuelgo lo escrito sobre la marcha.

Y, al hilo de mojigaterías, no quiero dejar de llamar la atención sobre el asunto de la censura en los blogs. Vamos a ver, señor o señora: si no le gusta su contenido, con salirse de él y no volver a entrar es suficiente. Por mucho que nos censura no salvará nuestra alma pecadora, que usted no es ni Jesús ni Juan el Bautista.

Desde los poetas malditos hasta nuestros días pasando, por la generación beat, han habido grandes poetas que siempre huyeron del lenguaje manido y cursi y supieron llamar a las cosas por su nombre. Pero no es ni un extremo ni el otro (ambos, en mi personal opinión, son igualmente perniciosos), sino el delicado equilibrio entre ambos que es tan difícil de mantener. Imagino que no hay una manera mensurable de juzgar la poesía: o se tiene el duende, o no se tiene, o nos llega, o no nos llega. Supongo que todos y todas me entienden, así que sobran más explicaciones.

Pero me estoy yendo por las ramas: esto comenzó siendo una crítica a algunos y algunas caraduras, y se está convirtiendo en una disertación sobre qué es la poesía. Así que mejor voy a ir al grano.

¿Qué quien soy yo para censurar a nadie? Pues eso mismo: nadie en absoluto escribiendo desde la más absoluta nada. Y por eso mismo, desde mi anónima nada, puedo decir lo que me da la gana.

En un principio pensé en no publicar nunca el presente poema, pero... ¡Qué coño! Me gusta mucho como quedó como para dejarlo aparcado en el garaje del olvido. Sólo se dará por aludido aquel que se sienta culpable.

Así que, sin más preámbulos ni cháchara:



LETRINA SENTIMENTAL

Es curioso comprobar como esta red
se ha tornado en la letrina de inconscientes
que defecan las palabras, indolentes,
y aún se atreven a decir: “de aquí bebed,

que es mi cáliz dignatario portador
de las aguas del Parnaso y su frescura”,
pues, osados, creen que es literatura
escribir cualquier chorrada del amor,

y ni tienen la vergüenza de pasar
aunque sea el corrector del propio móvil.
Y la cara esa tan dura deja inmóvil
al saber que algunos vienen a ligar,

ya que muchos ni siquiera disimulan,
escribiendo tontería una tras otra,
intentando seducir a alguna potra
alabando su “vellesa” y su “ermosura”.

Y las carnes se me parten desde dentro
cuando pienso en cuantos buenos escritores,
condenados a vagar por corredores
tan oscuros que el olvido está en su centro,

sepultados sus poemas y relatos
bajo losa de banal coquetería,
no darán a conocer su poesía
por aquellos que se creen literatos.

Digo yo, ¿y para eso no ha de haber
otros foros apropiados al efecto?
Aseguro que Badoo será perfecto
para Juan y para Inés y su querer,

y Julieta y su Romeo encontrarán
en el Twitter o en el Facebook su rincón
donde darse de palabra el revolcón,
y felices de por siempre ya serán.

Pero entrar a hacer lo dicho en un lugar
cuyo nombre nos sugiere Poesía
cuando menos insensata es osadía;
cuando más, son simples ganas de tocar

las narices de quien anda por el lar
y que busca dignidad en lo leído.
Así que a atreverme yo le pido:
si de veras quiere usted enamorar,

por favor, respete al menos la lección
que seguro que la escuela le ha servido.
Que me sea usted un Quevedo no le pido.
Me conformo con que pula usted su “don”.

¡HE DICHO!




domingo, 24 de abril de 2016

EL HOMBRE QUE MORDIÓ AL PERRO

N. del A.: Los de las fotos no son imágenes descargadas de internet, sino de mis propios perros, a los que amo profundamente y considero miembros de mi familia. El negro es Luke, un mestizo recogido de la calle que lleva ya casi ocho años a mi lado. El blanco de Trasto, otro mestizo recogido de un albergue que apenas lleva seis meses conmigo





TITULAR DE LA PRENSA DE ESTA MAÑANA:

Esta mañana ha tenido lugar un suceso insólito en una céntrica calle de la ciudad que ha dejado atónito a todo aquel que ha podido presenciarlo.
Un hombre ha agredido a un perro, propinándole un feroz mordisco en una oreja, que a punto a estado de hacer que la pierda. El dueño del animal, después de haber presentado la debida denuncia en la comisaría más cercana, ha llevado a su mascota a vacunar, porque según parece, el agresor bien pudiera tener la rabia, aunque esto aún no se sabe con certeza. – No deberían dejarlo salir a la calle sin bozal – declaró a este periódico el airado ciudadano.
En cuanto al cánido atacante, la policía descarta la posibilidad de que lo hiciera por hambre, pues según todos los indicios, parece ser que había desayunado bien y hacía poco tiempo. Se desconoce pues el móvil de los hechos, por lo que las investigaciones seguirán su curso mientras el detenido pasa a disposición judicial.

LA VERSIÓN DEL ATACANTE, PENSADA EN PRIMERA PERSONA:

Iba por la calle, caminando sin saber a donde, mientras en mi cabeza le daba vueltas y más vueltas a la cuestión. No sabía cómo iba a pagar el alquiler de este mes, pues con mi suegra enferma, sin trabajo desde que me habían sustituido como contable de la empresa por una computadora, sin muchas posibilidades de encontrar un nuevo puesto de trabajo a mi edad, y con cuatro hijos que mantener, que además comían como lobos, el asunto no estaba nada fácil.
¿Acaso nos íbamos a ver todos en la calle durmiendo? No podía permitirlo, pues tan sólo de pensarlo me daban ganas de gritar de rabia y frustración. Pero, ¿cómo solucionar esto? ¿Acaso atracando un banco…? No, no podía ser. Siempre he sido muy gafe y muy torpe, y seguro que acabaría pegándome un tiro en el pie yo mismo. Entonces, ¿qué hacer? ¡Dios mío, ilumíname, por favor, estoy desesperado! ¡Muéstrame el camino!
A todo esto le iba dando vueltas en la cabeza, cuando la respuesta a mis plegarias llegó… en forma de caca de perro. Pisé una, resbalé, y caí sobre ella. Para colmo de mis males, encima esto. Durante unos segundos, odié a todo el mundo, odié a la vida, a la gente, a las ciudades llenas de mierda, pero sobre todo, por encima de todas las cosas, odié a todos los perros de este planeta, y los hubiera matado a todos de tenerlos en mis manos. Ellos no tenían preocupaciones, no tenían que pagar agua, luz o alquiler, les daban la comida sin que tuvieran que hacer nada a cambio, tenían donde dormir, continuamente les estaban rascando y acariciando detrás de las orejas, y encima hacían caca en donde les venía en gana. Y mientras tanto, yo llevando una miserable “vida de perros”. ¡Ja! Ya hubiera querido yo en ese momento cambiarme por los adorables caniches de la marquesa de turno que siempre sale en las revistas del corazón. ¡Era intolerable! De buena gana le hubiera arrancado la oreja a uno de un mordisco. Eso me desahogaría, sí, desahogaría toda mi rabia. Vería en él al jefe de mi empresa, a mi “querida” suegra, a los gorrones de mis hijos, al vecino del quinto, con el que mi mujer coquetea todas las mañanas, al del tercero, que tiene un perro que se pasa toda la noche ladrando y no me deja dormir, a todos los perros del mundo, que andan cagando libremente por las calles, y a todos ellos les arrancaría la oreja de un mordisco. Sí, era una idea maravillosa. Así todos conservarían mi marca en sus orejas, y este maldito perro mundo no volvería nunca más a reírse de mí.


Y LA VERSIÓN DEL ATACADO, TAMBIÉN PENSADA EN PRIMERA PERSONA:

Nunca le he hecho daño a nadie. Me gusta jugar. Cuando hablo, siempre lo hago con buena intención, buscando juego, aunque no todos comprenden mi lenguaje, a veces sucede que piensan que estoy enfadado, cuando en realidad sólo te estoy pidiendo que me hagan caso. Cuando salgo a pasear, me gusta conocer a otros como yo, correr, saltar, brincar, revolcarme hasta no poder más, y acabar jadeante y feliz. Nunca cruzo la carretera sin permiso del hermano mayor de mi clan, que camina sobre sus dos patas traseras, me da de comer, me hace cosquillas detrás de la oreja y me tira palos para que vaya a buscarlos. Yo no entiendo por qué los tira lejos si quiere después que se los traiga de vuelta. Pero como él manda, yo obedezco. A veces marco mi territorio donde no debo, y él se enfada. Pero nunca es muy severo. Su castigo no pasa de un gruñido, y yo agacho la cabeza y las orejas, y él sabe que no tiene que pasar de ahí. Entonces vuelve a rascarme detrás de la oreja, y la vida vuelve a ser sencilla y feliz. Hasta el otro día. No sé por qué, un perro de esos que camina erguido sobre sus dos patas traseras, sin venir a cuento de nada, me mordió la oreja. Sin ningún motivo. No entendí por qué. Yo no le había hecho nada. Estaba a la mía, corriendo detrás una pelota o una ardilla o un lagarto, o quizá olisqueando traseros, ya no me acuerdo, cuando, de repente, se lanzó sobre mí con los ojos rojos y enseñando los dientes y me mordió la oreja. Me dolió mucho, y mi quejido se escuchó en todo el territorio. Por suerte, el hermano mayor de mi clan estaba cerca y salió en mi defensa, como es la obligación de un hermano mayor. Aunque no me gustó ese perro que camina erguido sobre sus patas traseras, ese que me mordió, me siento feliz de compartir el territorio de mi hermano mayor. Sé que no todos los perros que caminan erguidos sobre sus dos patas traseras son como aquél malo y gruñón que me mordió.

MORALEJA:

En toda historia siempre hay más de una versión.

N. del A.: Una reflexión personal para terminar. No son pocas las ocasiones en las que considero que si los seres humanos fuéramos como ellos, mejor nos iría. Por eso, jamás he entendido el llamar "hijo de perra" como un insulto. Mi señora madre también ha amado siempre a los perros (posiblemente a mí se me pegó de ella), y sé que no le importaría un pimiento la comparación con una especie tan noble, tan fiel y tan leal.


viernes, 22 de abril de 2016

EL FUEGO DE MIS VENAS




Me quemo por dentro
me estoy abrasando
el fuego corre por mis venas
y necesito que salga
¿qué me importa esta noche
si mi destino lo rigen las estrellas
o soy dueño de mis actos?
sólo sé que necesito excederme
sobrepasarme volar
abrir las puertas de lo prohibido
soy un fuera de la ley
un fugitivo de mis deseos
¿debo escribir estas líneas
para no matar a alguien?
debo escribir estas líneas
para no matar a nadie
me sacrifico inocentemente
en el altar del absurdo silencio
algún día moriré
y no me importa no ser recordado
sino no haber vivido
al ritmo que sé que puedo
voy a estallar
si no cabalgo esta noche
el fuego se extiende rápidamente
quemando las falsas esperanzas
esta noche soy un poco más viejo
y un poco más lujurioso
apagaré todos las luces y encenderé un cigarro
quizá reinvente los mitos
del oscuro bosque de la inconsciencia
soy una bestia sedienta de sangre
¿dónde está mi parte del botín?
¿por qué me he quedado tan solo?
¿será éste mi último momento?
¿acaso me estoy muriendo?
poco a poco voy entrando
traspasando el umbral
cabalgando sobre una ola llameante
siento elevarme hacia los cielos
he estado tanto tiempo fuera
que necesito un poco de marcha
¿me estará esperando el diablo allá arriba?
creo que fue el diablo quien me enseñó el camino
¿quién me dio este fuego?
¿fue él?
¿quién rompió mi último sueño
y forjó mi alma de pecador?
¿fue él?
¿qué importan en este momento
las preguntas sin respuestas?
cantaré alto y fuerte con mi último aliento
el amor puede redimirse
o quizá me emborrache esta noche
no lo sé
exigiré mi parte del botín
o planearé un crimen
o convocaré a los muertos
para que canten conmigo
o quizá deje escapar el fuego de mis venas
e incendie esta noche la ciudad

.

miércoles, 20 de abril de 2016

ELLA ERA MAR




Siempre buscaba amantes honestos, no con ella, sino con sus propias imperfecciones, porque de hecho jamás le importó un carajo la perfección.

Nunca fui perfecto, y siempre me importó un carajo mi propia imperfección, y por eso ella me eligió, sin ni siquiera preguntarme si yo también quería.

En un principio mi orgullo de macho ibérico me espetó a gritos que no podía ser, que debía ser yo quien tomase el control de la situación.

Pero la primera vez que la vi desnuda me quedé irremediablemente sordo, y ya no volví a escuchar nunca más ni a mi ego ni a mi voluntad.

Su belleza era tan natural que era imposible no amarla como se ama el mar, su temperamento era tan impredecible que era imposible no temerlo como se teme el mar.

Ella era mar, era agua que te empapaba y sal que te escocía en los ojos, y te los dejaba irremediablemente rojos.

Ella era mar, y siempre estaban sus olas chocando contra mis rocas, deshaciéndolas lentamente por acción y efecto de una erosión constante.

Ella era mar, y resultaba imposible saber por dónde irían sus corrientes submarinas, ni cuándo levantarían una tormenta con violencia

que zarandease mi pequeña y humilde barca en medio de tanta y tanta inmensidad oceánica que me hacía sentir perdido y diminuto,

y, de pronto, todo se calmaba, y su superficie volvía a ser otra vez de un pulido azul, tranquila, refulgente de un sol que secaba mis mojados huesos.

Al final, por la práctica y la costumbre, acabé habituándome a navegar por sus aguas, a sobrellevar sus huracanes,

me hice un experto conocedor de su acuática cartografía hasta el punto que grabé en mi memoria cada una de sus playas y sus acantiladas orillas,

me convertí en un experto marinero que controlaba el timón y las velas de mi barca para llevarla hacia las aguas más seguras,

al tiempo que aprendí qué debía hacer para evitar con pericia los escollos que se escondían bajo la aparentemente tranquila superficie,

para leer las señales que auguraban un cambio en el viento, o unas nubes lejanas presagiando tormenta, o incluso una calma inusitada que deshinchara mis velas.

Y, cuando ya había aprendido todo eso y más, cuando ya me había convertido en su particular viejo lobo de mar, un día me abandonó, así, sin más.

No me dio mayor explicación, aparte de decirme que sentía la necesidad de que sus aguas regaran otras playas, que otros barcos surcaran sus aguas,

que ya se había cansado de estar siempre en el mismo lugar, y que debía marcharse siguiendo su propia corriente, para que sus olas pudieran romper en otras rocas,

todo lo cual, para ella, ya eran incluso demasiadas explicaciones: tantas palabras bien hubieran podido ser un manual de uso de un electrodoméstico cualquiera.

Y no me extrañó en absoluto, ni le reproché absolutamente nada, porque a esas alturas ya la había comprendido absolutamente del todo.

Ella era mar, y el mar es indomable, el mar no se puede contener en una botella. Es uno el que debe entregarse a él, y no él a uno, porque él es la libertad más absoluta.

La vi marchar, y me dejó sabor de salitre en los labios y escozor en mis ojos rojos, y la piel más ajada que cuando llegó el primer día.

No obstante, siempre le agradeceré que en sus aguas fue en donde me gradué como marinero experto, y la que antaño fuera una humilde barca,

hoy ya se ha convertido en un precioso y excelso navío, del cual sólo yo llevo el timón, pues soy tanto toda mi tripulación como mi propio capitán.

Ya muchos años han pasado desde que la conocí, y el tiempo ha hecho presa en mí, y hace ya mucho que a navegar no salgo,

pues mis viejos y doloridos huesos ya no soportan el vaivén de las olas, y pareciera que a quebrarse fueran cuando mi nave zozobra.

Mas, no obstante, incluso en la relajada placidez de mis años canos, hay días en que su recuerdo inevitable me moja las manos,

y una ola de mi memoria me asalta inesperada y me deja irremediablemente empapado de su olor, amargo y salado,

y me siento otra vez joven, impetuoso, capaz de navegar los siete mares de su cuerpo, de hundirme en las turbulentas aguas de su siempre insatisfecho deseo.

Mas mi rumbo extravié, y las cartas de navegación perdí, y hoy en día ya no sabría volver a encontrarla en la inmensidad del ancho mundo.

Y me tengo que a mí mismo consolar en mi ajada soledad, rememorando impetuoso aquellos años mozos en que mi quilla hendía su cuerpo.

No obstante, después de alcanzar el extasiado espasmo, me miro al espejo, y tal cual soy otra vez me veo: viejo, solitario y varado ,

esperando en oscuro astillero a que llegue la inevitable hora de mi desguace, pero con el postrero toque de orgullo en el mascarón de proa

del que no se lamenta de su destino, ni se arrepiente de haber navegado dentro y a través de ella, que acepta estoico lo que ha sido, es y habrá de ser.

El tiempo pasa, y, fría una mañana, en mi nuca noto el gélido aliento de la parca, y en ese momento  sé que la última Moira ya está afilando su tijera.

Respiro profundo, dispuesto a aceptar sin queja lo que el hado me tenga reservado, dejo que la vida se me escape, sin luchar, sin hacer nada por retenerla.

Y justo al final, en el último momento, el segundo antes de que mi vital aliento por fin abandone mi cuerpo, con mis últimas fuerzas me asalta un último pensamiento:

¿Acaso ella fue real? ¿Acaso la soñé? ¿Acaso era cálida y sólida su piel? ¿O quizá no fue más que una etérea musa que existió tan sólo en estos versos?

De seguro ahora hallaré la respuesta, después de muerto, mientras mi exánime cuerpo está siendo arrojado por la borda del tiempo.

De seguro ahora la volveré a encontrar, y por sus aguas, eternamente joven, volveré a navegar, y ya no me importará si antaño fuera o no realidad.