¿Y desde cuando a
este maldito y noble oficio
de ser poeta
consumiéndose en la hoguera
se le metió sin
previo aviso en la sesera
lo de luchar por el
encomio y beneficio?
El ser poeta y el
ser pobre fue parejo
desde el comienzo de
los tiempos primigenios,
pues, aunque hubiera
algún que otro entre los genios
que su sustento bien
ganara en su pellejo,
o tal vez pueda que,
de casta, fuera cuna,
cierto es que muchos
indigentes acabaron
y de limosna pobres
viandas malograron
por sus poemas
publicar sin más fortuna.
También hubieron
otros tiempos de mecenas
en los que el arte
se tenía en alta estima,
y un poderoso
mantenía en su tarima
a su poeta
entreteniéndole las cenas
cual si mimara a una
cotorra amaestrada.
Aunque también, es
la verdad, que alguno hubiera
de corazón
sensible, humano, y no de cera,
que dio al pupilo
libertad no coartada.
Pero, no obstante,
en cada uno de los casos,
bien cierto es que
el escritor fue un sólo un siervo,
no siendo dueño de
sus musas ni su verbo,
siempre a la orden
de su amo, tras sus pasos.
Y el que atreviérase
a ser libre de ataduras
dio rienda suelta a
sus aurigas celestiales,
mas en su gloria
engendraría sus mil males
por no cuadrar su
osado verso en andaduras
de férreas modas y
tendencias estilísticas,
pues el poeta no
está exento, igual que todos,
de tiranías de
amoldarse a ciertos modos
que parecieran más
escuelas cabalísticas.
Pero el Poeta, aquel
maldito, ese que arde,
ese que siempre tuvo
claro su destino
no se arredró ante
impedimento o desatino.
Siguió a la musa
sin hacer ningún alarde.
Y despreció fama y
fortuna por igual,
en letras de oro ver
su nombre fue irrisorio
ni quiso nunca
recitar ante auditorio,
el oropel fue para
él algo banal.
Tan sólo quiso ser
honesto en su escritura,
dejar legado sólo a
aquel que lo entendiera,
y aunque, modesto,
dicho círculo cerniera
al digno artista de
cotorras de envoltura.
Mas hoy en día de
estos locos pocos quedan,
pues se diría que
al final ganó la moda
y el amoldarse y al
poder componer oda.
Hoy todos quieren
ser ilustres mientras puedan.
Y, según cuentan,
escribir hoy poesía
siguiendo métricas,
y rimas consonantes,
no es algo “chic”
ni de poetas importantes,
sino de tontos que
no siguen nueva vía,
y cuya obra,
silenciada en el fracaso,
es destinada al
vertedero del olvido,
y no será nunca
jamás reconocido
entre la jet del
distinguido gran Parnaso.
Y, a todas estas,
una idea se me cuela
entre
estos versos que, ya libres, por sí vuelan,
y
es una idea de matices que revelan
una
verdad acerca de eso que hace escuela:
¿es
que, tal vez, ahora resulta que igual somos
como
un político en periodo de elecciones,
tocando
siempre a todo el mundo los cojones
con
nuestras súplicas, negando los aplomos?
¿Es
que el vivir haciendo digno lo que amamos
es
imposible, y siempre se hace necesario
el
escribir cual el guion de un telediario,
para
ganarnos bien el pan, e incluso un ramo,
ya
no de rosas o laureles, sino cardos?
¿Es
que escribir acaso fuera tan ingrato
que
la visita de las musas fuera un rato
desagradable,
que nos pinchan con sus dardos?
Y
yo quisiera declarar que a esto me niego,
que
soy más digno y estoy lejos de todo eso,
pero
sería negar, ciego, tal suceso:
todo
escritor tiene implantado bien su ego.
Todos
queremos por lo menos ser leídos,
y
compartir el rimbombante sentimiento
que
parió un verso en su fantástico momento,
sentir
que al fin somos un poco más queridos.
Así
que no nos sometamos al engaño:
sólo
escribimos porque amamos escribir,
y
publicamos por poder sobrevivir.
Entre
uno y otro, sólo son grises peldaños.