viernes, 11 de noviembre de 2016

EL NOBLE OFICIO DE SER POETA EN LA HOGUERA

¿Y desde cuando a este maldito y noble oficio
de ser poeta consumiéndose en la hoguera
se le metió sin previo aviso en la sesera
lo de luchar por el encomio y beneficio?
El ser poeta y el ser pobre fue parejo
desde el comienzo de los tiempos primigenios,
pues, aunque hubiera algún que otro entre los genios
que su sustento bien ganara en su pellejo,
o tal vez pueda que, de casta, fuera cuna,
cierto es que muchos indigentes acabaron
y de limosna pobres viandas malograron
por sus poemas publicar sin más fortuna.
También hubieron otros tiempos de mecenas
en los que el arte se tenía en alta estima,
y un poderoso mantenía en su tarima
a su poeta entreteniéndole las cenas
cual si mimara a una cotorra amaestrada.
Aunque también, es la verdad, que alguno hubiera
de corazón sensible, humano, y no de cera,
que dio al pupilo libertad no coartada.
Pero, no obstante, en cada uno de los casos,
bien cierto es que el escritor fue un sólo un siervo,
no siendo dueño de sus musas ni su verbo,
siempre a la orden de su amo, tras sus pasos.
Y el que atreviérase a ser libre de ataduras
dio rienda suelta a sus aurigas celestiales,
mas en su gloria engendraría sus mil males
por no cuadrar su osado verso en andaduras
de férreas modas y tendencias estilísticas,
pues el poeta no está exento, igual que todos,
de tiranías de amoldarse a ciertos modos
que parecieran más escuelas cabalísticas.
Pero el Poeta, aquel maldito, ese que arde,
ese que siempre tuvo claro su destino
no se arredró ante impedimento o desatino.
Siguió a la musa sin hacer ningún alarde.
Y despreció fama y fortuna por igual,
en letras de oro ver su nombre fue irrisorio
ni quiso nunca recitar ante auditorio,
el oropel fue para él algo banal.
Tan sólo quiso ser honesto en su escritura,
dejar legado sólo a aquel que lo entendiera,
y aunque, modesto, dicho círculo cerniera
al digno artista de cotorras de envoltura.
Mas hoy en día de estos locos pocos quedan,
pues se diría que al final ganó la moda
y el amoldarse y al poder componer oda.
Hoy todos quieren ser ilustres mientras puedan.
Y, según cuentan, escribir hoy poesía
siguiendo métricas, y rimas consonantes,
no es algo “chic” ni de poetas importantes,
sino de tontos que no siguen nueva vía,
y cuya obra, silenciada en el fracaso,
es destinada al vertedero del olvido,
y no será nunca jamás reconocido
entre la jet del distinguido gran Parnaso.
Y, a todas estas, una idea se me cuela
entre estos versos que, ya libres, por sí vuelan,
y es una idea de matices que revelan
una verdad acerca de eso que hace escuela:
¿es que, tal vez, ahora resulta que igual somos
como un político en periodo de elecciones,
tocando siempre a todo el mundo los cojones
con nuestras súplicas, negando los aplomos?
¿Es que el vivir haciendo digno lo que amamos
es imposible, y siempre se hace necesario
el escribir cual el guion de un telediario,
para ganarnos bien el pan, e incluso un ramo,
ya no de rosas o laureles, sino cardos?
¿Es que escribir acaso fuera tan ingrato
que la visita de las musas fuera un rato
desagradable, que nos pinchan con sus dardos?
Y yo quisiera declarar que a esto me niego,
que soy más digno y estoy lejos de todo eso,
pero sería negar, ciego, tal suceso:
todo escritor tiene implantado bien su ego.
Todos queremos por lo menos ser leídos,
y compartir el rimbombante sentimiento
que parió un verso en su fantástico momento,
sentir que al fin somos un poco más queridos.
Así que no nos sometamos al engaño:
sólo escribimos porque amamos escribir,
y publicamos por poder sobrevivir.
Entre uno y otro, sólo son grises peldaños.