1.
Un
grano de arena sobre la palma
de
tu mano puede tener nombre propio,
y
personalidad, y hasta talento.
Puede
creerse un genio, o que ha sido creado
con
el único y exclusivo propósito de convertirse
en
amo y señor del campo inconmensurable
donde
vive, tu mano, y que puede hacer
con
él lo que le plazca, pues es omnipotente
y
todopoderoso en su mundo, es ciertamente
un
dios.
Pero
si lo vuelves a dejar otra vez
en
el suelo, de donde lo cogiste en medio
del
desierto, volverá a ser la nada silenciosa
en
medio del eterno murmullo de la creación
que
fue originalmente.
2.
El
grano de arena es tu propio miedo,
al
que le das una importancia que no tiene,
un
poder que sólo de ti mismo procede,
hasta
convertirlo en todo un fiero y amenazador desierto
en
el que extravías tus pasos casi sin darte cuenta,
dejándote
llevar por él,
sumergiéndote
en sus dunas,
sufriendo
bajo sus rigores,
deshidratándote
bajo su implacable sol...
Cuando,
si lo dejaras otra vez en el suelo,
volvería
a ser no más que lo que fue originariamente:
el
miedo primigenio de un niño pequeño
que
aún no se ha percatado de que ha crecido
y
se ha hecho adulto.
3.
El
grano de arena es tu propia familia,
tus
padres, tus hermanos,
todos
tus parentescos,
incluso
aquellos que no son de sangre,
tus
otros hermanos (tus amigos),
a
los que muchas, demasiadas veces
no
nos unen los lazos del amor,
sino
los del férreo compromiso,
los
de la agenda que inevitable debemos cumplir,
las
llamadas que inevitablemente debemos hacer,
las
normas que nuestra vida deben regir,
los
lazos del “qué dirán”, las cadenas invisibles
que
nos atan a lo que se supone que debe ser,
a
lo socialmente estipulado,
a
lo tácitamente aceptado,
a
lo políticamente correcto,
los
lazos que nos ponen una máscara
de
cómo supuestamente deberíamos ser,
de
lo que siempre unos y otros esperan de nosotros
y
a los que, por no defraudar, silenciosamente nos amoldamos,
hasta
el punto que llegamos a olvidar cómo somos realmente,
olvidamos
quienes somos buscando tan sólo agradar,
olvidamos
hasta nuestro propio rostro debajo de la máscara,
pues
la maldita está sujeta
con
unos clavos de hierro tan profundos
que
se adentran en lo más profundo
de
lo poco que va quedando
de
nuestra propia alma.
Cuando,
si lo dejaras otra vez en el suelo,
volvería
a ser no más que lo que fue originariamente:
una
comunión sagrada
entre
seres humanos
que,
tanto para bien como para mal,
comparten
una vida en común,
aunque
tan sólo sea en este breve lapso de tiempo
que
los mortales llamamos “vida”.
4.
El
grano de arena es tu trabajo,
tu
jefe, tus compañeros,
el
reloj, el horario,
la
agenda, el calendario,
la
montaña de papeles encima de la mesa,
el
teléfono que no para de sonar
mientras
tu jefe no para de gritar,
o
el cliente que al otro lado de la barra,
y
siempre con una par de copas de más,
se
cree que tiene derecho a hablarte groseramente,
mientras
tu jefe no para de gritar,
o
el pico y la pala que te miran hoscos,
el
palé que por ti espera cargado de bloques
o
de sacos de cemento y mortero
y
hacen apuestas entre ellos
a
ver cuánto tardarás en deslomarte
mientras
tu jefe no para de gritar,
todo
aquello que no vives,
que
no forma parte de tu vida,
sino
que, la más de las veces,
y
por desgracia,
no
es más que un simple y primitivo
acto
de supervivencia animal.
Cuando,
si lo dejaras otra vez en el suelo,
volvería
a ser no más que lo que fue originariamente:
Tan
sólo un medio de ganarse la vida honradamente, sin más,
porque
en el fondo sabes que tu vida no está realmente ahí,
sino
que te la encuentras cuando,
al
final de tu jornada laboral,
llegas
a ese mágico lugar
que
es el único que realmente
consideras
tu hogar,
y
al llegar a su puerta respiras hondo,
y
te despojas de las miserias del día
antes
de cruzar, limpio otra vez, su umbral.
5.
El
grano de arena es tu amor,
pero
no el verdadero Amor,
el
que se escribe con mayúsculas,
sino
esa otra vulgar versión que de él tienes,
esa
otra interpretación que te han vendido siempre,
esa
que dice que en él todo siempre debe ser color de rosa,
que
siempre deben notarse volando en el estómago las mariposas,
que
los besos deben ir acompañados de músicas de violines,
o
que, a la manera tragicómica de las novelas baratas,
morirás
si no tienes a tu lado al objeto de tu amor,
no
te sentirás vivo, tu corazón no laterá,
sentirás
una angustia y un dolor en el pecho
que
casi te hará desear estar muerto
antes
que seguir sintiendo ese pesar.
Cuando,
si lo dejaras otra vez en el suelo,
volvería
a ser lo que siempre fue realmente,
un
cosmos que lo abarca absolutamente todo
en
el diminuto espacio que ocupa
tan
sólo un grano de arena,
un
absoluto contenido en una nada,
tan
absolutamente incomprensible
en
su aparente contradicción
como
un océano cuyos misterios abisales
están
infinitamente más allá
de
toda interpretación humana,
y
cuya sobrecogedora inmensidad
es
imposible de retratar con humanas palabras.
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