La bala entró en el cráneo del suicida.
Y al chocar contra el hueso
y deshacerse en mil pedazos,
la bala y el cerebro se hicieron uno.
Y la bala comprendió al suicida,
y el suicida comprendió a la bala,
y
se amaron fugazmente
en esa milmillonésima de segundo,
antes que la
vida los abandonara
definitivamente a ambos.
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