sábado, 9 de abril de 2016

CARTAGO




Cuando todo el mundo era Roma, cuando Roma significaba el poder absoluto, y mirar a cualquier rincón del mundo era ver tan sólo a Roma imponiendo su despótico poder, tan sólo tú te alzaste, quebrando el liderazgo de tan vasto imperio.


Fuiste castigada, Cartago, con la crueldad propia de quien debe dejar claro que no tolera disidencias, y se pretendió disolver cualquier recuerdo tuyo en el tiempo para que no llegara nada a las futuras generaciones, y que tu nombre cayera para siempre en el olvido.


Pero lo que inconsciente e involuntariamente nos ha legado ha sido mucho más que un recuerdo…


Nos has legado un sueño.


Nos has legado, susurrándonos al oído de la manera más sutil mientras dormimos, que cuando el pie del tirano nos pisotea una y otra vez, es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo.


Así, cuando despertamos, lo hacemos con la agobiante sensación de que algo nos ha sucedido, de que ya no somos los mismos que cuando nos fuimos a dormir, y que mientras dormíamos algo sucedió en nosotros.


Y lo que sucedió fue que te nos revelaste en forma de sueño, dejaste en nosotros una parte de ti, dejaste en nuestra lengua y en nuestros labios el sabor de la sal que esterilizó tus valles y tus campos.


Y entonces nos sentimos igual de estériles que tú, y sentimos que no somos nada más que un sueño, y ya no sabemos si estamos en el cielo o en el infierno, si somos cartagineses o somos romanos, si la que empuña el látigo es nuestra mano mientras sentimos su mordedura en nuestra espalda, o si el pie que nos pisotea por siempre es nuestro propio pie…


Dime, Cartago…


¿Cómo puedo recoger tu legado y despertar de mi sueño arrastrando a mi vigilia el sueño que tú me has dejado?


Háblame Cartago, dime qué hubieras hecho tú en nuestro lugar, qué hubieras hecho de haber sido otra la Roma que en la actualidad domina al mundo, qué hubieras hecho de saber inútil cualquier esfuerzo…


Quizá tú misma te hubieras convertido en la Roma contra la que luchaste…

Quizá resultaría inútil cualquier consejo que pudieras darme…


Sí, mejor no me hables, no quiero saber lo que tu pétrea boca me pueda decir…

Prefiero quedarme con el gusto de ese sueño en mis labios, y seguir soñándote antes que recordarte.

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