Cuando todo el mundo
era Roma, cuando Roma significaba el poder absoluto, y mirar a
cualquier rincón del mundo era ver tan sólo a Roma imponiendo su
despótico poder, tan sólo tú te alzaste, quebrando el liderazgo de
tan vasto imperio.
Fuiste castigada,
Cartago, con la crueldad propia de quien debe dejar claro que no
tolera disidencias, y se pretendió disolver cualquier recuerdo tuyo
en el tiempo para que no llegara nada a las futuras generaciones, y
que tu nombre cayera para siempre en el olvido.
Pero lo que
inconsciente e involuntariamente nos ha legado ha sido mucho más que
un recuerdo…
Nos has legado un
sueño.
Nos has legado,
susurrándonos al oído de la manera más sutil mientras dormimos,
que cuando el pie del tirano nos pisotea una y otra vez, es mejor
reinar en el infierno que servir en el cielo.
Así, cuando
despertamos, lo hacemos con la agobiante sensación de que algo nos
ha sucedido, de que ya no somos los mismos que cuando nos fuimos a
dormir, y que mientras dormíamos algo sucedió en nosotros.
Y lo que sucedió
fue que te nos revelaste en forma de sueño, dejaste en nosotros una
parte de ti, dejaste en nuestra lengua y en nuestros labios el sabor
de la sal que esterilizó tus valles y tus campos.
Y entonces nos
sentimos igual de estériles que tú, y sentimos que no somos nada
más que un sueño, y ya no sabemos si estamos en el cielo o en el
infierno, si somos cartagineses o somos romanos, si la que empuña el
látigo es nuestra mano mientras sentimos su mordedura en nuestra
espalda, o si el pie que nos pisotea por siempre es nuestro propio
pie…
Dime, Cartago…
¿Cómo puedo
recoger tu legado y despertar de mi sueño arrastrando a mi vigilia
el sueño que tú me has dejado?
Háblame Cartago,
dime qué hubieras hecho tú en nuestro lugar, qué hubieras hecho de
haber sido otra la Roma que en la actualidad domina al mundo, qué
hubieras hecho de saber inútil cualquier esfuerzo…
Quizá tú misma te
hubieras convertido en la Roma contra la que luchaste…
Quizá resultaría
inútil cualquier consejo que pudieras darme…
Sí, mejor no me
hables, no quiero saber lo que tu pétrea boca me pueda decir…
Prefiero quedarme
con el gusto de ese sueño en mis labios, y seguir soñándote antes
que recordarte.
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