sábado, 9 de abril de 2016

CANTO AL CREADOR







CANTO I: LA LOCURA QUE SEDUCE LOS SENTIDOS

CANTO II: LA BESTIA

CANTO III: EL CREADOR QUE DANZA

CANTO IV: LA NOCHE DE LOS SENTIDOS

CANTO V: EL CÁMINO DEL ETERNO CREADOR

CANTO VI: DE DIOSES, DEMONIOS Y LAGARTOS



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CANTO I: LA LOCURA QUE SEDUCE LOS SENTIDOS



El último toque marca el comienzo de la hora en la que se disolverán nuestras almas en un trago de alcohol.

En la calle iluminada sólo se ve la irresistible atracción que produce el caos, el máximo desorden de los sentidos que todo el mundo busca, y yo, dejándome llevar, adentrándome más y más, perdiéndome, sin más guía que mis sueños y mis temores, bebo de las aguas del olvido sin el más mínimo rastro de voluntad.

Ebrio del sueño de lo absoluto, me pierdo en el caos de la nada.

Un profundo sentimiento de decadencia inspira los compases de la noche, dejando la melancólica huella del eterno descontento detrás de cada intención, haciéndome ir en busca de lo siempre nuevo, mezclando frustración e indiferencia para dar un aspecto superficial.

Mas el íntimo anhelo de lo sublime está tras el más cotidiano de los actos, y la vulgaridad recibe un aspecto de grandeza.

Siento crecer dentro de mí el extraño delirio de lo jamás conocido, y en mis ideas se crea un estado de confusión que da mil matices diferentes al color de la desesperación descendiendo lentamente, impregnándolo todo con el suave aroma de lo incierto.

La razón se torna pálida como la aurora, y del espíritu nace un éxtasis salvaje, que se agita, furioso e implacable, destruyendo todo a su paso, muriendo a cada instante para renacer de sus cenizas, más furioso y más implacable.

Se agita, y a cada golpe mil truenos resuenan en el frágil cerebro de la infancia.

Es la locura que seduce los sentidos.

Una macabra danza, una orgía de imágenes extrañas, una música que parece de ultratumba, mi mente tan lenta y pesada como una marcha fúnebre.

La ropa me aprieta y me quema, quisiera salir hasta de la piel.

La realidad está ahora donde yo quiero que esté.

No soy más que una imagen deformada de mí mismo, como una estrella fugaz ha de quemarme, rápidamente, consumido en mi propio fuego.

¿No es acaso eso que siento latir en mi pecho la roja semilla de lo eterno?

Dando vueltas en círculo puedo ver que todo es un reflejo de lo que parece ser.

Rompo el espejo y me doy cuenta de que yo estaba dentro del él.

¿A quién importa cuánto he amado o cuánto he odiado?

Quiero despertar del dulce sueño que me oprime, y al son del último vals adentrarme en la roja oscuridad.

Quiero despertar del dulce sueño, pero quizá sólo es miedo eso que paraliza cada una de las tentativas de un modo distinto, haciendo caer al culpable en la fácil rutina de lo conocido.

Detrás de las mil máscaras se esconde un mismo rostro sin mente, que repite una y otra vez la triste plegaria de los condenados.

Placer, dolor, amor, muerte.

Despertar, despertar...

¿Quién soy yo?

Despertar en la oscuridad del sueño de un sueño.

Mirar hacia atrás desde la sombra de una sombra.

El oscuro dios abre las puertas de su reino.

Flotando en la oscura noche de los eterno, no sé quién soy.

Alargo la mano y todo el caos.

Abro la mente y saboreo la muerte.

Es tentado perder el control.

Instintos de autodestrucción.

¿Quién eres tú que me persigues?

Eres la sombra de un deseo.

Eres un instante de tormento.

Eres el éxtasis supremo.

Eres la puerta del infierno.

Extrañas cadenas atan a lo más profundo.

Soledad e incomprensión se tornan en locura.

El oscuro dios abre las puertas de su mundo.



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CANTO II: LA BESTIA



El espíritu de la bestia cabalga de nuevo,

vuelve una vez más a cabalgar sobre mi mente derretida.

¿me elevaré al insondable cielo de la divina inspiración,

o me quemaré en el eterno infierno de la rutina diaria?

¿Subiré al monte sagrado de la creación

o caeré en el abismo del dolor?

La respuesta más terrible a todas mis preguntas habrá de venir de mi propio corazón.

Tendré que dejar que la bestia guíe mis pasos en la oscuridad de la inconsciencia a través del infantil reino de la inocencia del conocimiento, pero no hay mayores cadenas que las del miedo.

No importa.

Aún así dejaré que la bestia guíe mis pasos.

La confianza en uno mismo termina donde empieza la verdad.

Una mentira necesaria ayuda mucho más.

Dejaré que la bestia me arranque la máscara de dulce sonrisa que está sujeta por los largos clavos de la decepción, mordiéndola poco a poco, royéndola lentamente hasta que no quede nada.

Tan sólo sé que a la tercera hora después de la medianoche habré de salir de la boca del infierno como un niño sale de un mal sueño.

Pero, ¿soy yo el que sale?

¿queda algo de mí en lo que se ve?

Abre la puerta y comprenderás la verdad.

El final aún no ha llegado.

Abre la puerta y la luz verás.

el final está a punto de llegar.

Rasga la tela y verás la verdad aunque no la entiendas.

¡Qué más da!

Vamos más arriba, mucho más,

donde nadie nos pueda alcanzar.

Este es el momento, este es el lugar.



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CANTO III: EL CREADOR QUE DANZA



Poderoso, atronador,

así es el creador que danza,

y danzando concede su gracia,

y alza el vuelo, y se escapa.

Jugamos en los prados de la eternidad

con ritmos que desconocemos,

y provocamos desastres que no comprendemos,

y reímos.

El día se hunde en la tierra,

la noche se traga las estrellas.

Mundo loco, mundo incierto.

Los genios vuelven de sus tumbas

a susurrar sus lamentos,

e inspiran lágrimas de sangre

que la locura vierte por la razón perdida

mientras vomitamos hambre de rabia contenida

y de casta y virginal inspiración.

Las musas conmueven la imaginación hasta que el frágil vuelo de la mariposa no vea pasar más horas, y lave todo vestigio de maldición borrando toda sombra de duda.

La aurora canta para nosotros,

con nosotros recita la pálida y lasciva luna.

Se adentra en la noche un cálido murmullo de amor y de dolor,

se escucha a lo lejos un ligero clamor de vida y de muerte.

¿Hay alguien ahí?

¿Hay alguien ahí?

La belleza toma forma insospechada,

y tras el muro de incongruencia

se presiente la esencia del ser.

Ya no estamos, ya no somos.

Nos desvanecemos en el dulce y ligero camino a ninguna parte y a todas partes.

El sagrado velo se cierne sobre lo más íntimo, ocultándolo del dolor supremo.

Nuestra consciencia repta por un suelo inexistente de deseos inalcanzados e incomprendidos de elevarse por encima del caos, logrando la más alta aspiración del saber y el del ser mientras jugamos más allá del tiempo y del espacio, mientras jugamos en los prados de la eternidad y poderoso y atronador danza el creador a nuestro alrededor.

Del caos primigenio nace un torrente oscuro que nos arrastra tras de sí.

Luz cegadora atormenta mi mirada, e iluminando los más profundos secretos, encoge mi alma.

Ecos de fuego resuenan y restallan en mi cabeza como los cascos de los caballos dementes que estallan contra el asfalto mientras galopan en la inconsciencia temeraria de la infancia que siempre busca lo desconocido dentro de sí misma.

Cabalgan y cabalgan, galopando sobre el viento, relinchando como el fuego, y provocando sordos ecos como llameantes lenguas en mi mente marchita.

Más allá de las puertas del dolor eterno,

más allá del reino de la soledad absoluta,

allí donde nada crece y nada muere,

allí es donde la imaginación se desarrolla hasta límites insospechados.

Los sonidos del alma vibran

en las cuerdas que no cesan,

en las gargantas profundas de misterio,

en los cueros abandonados de dios

mientras el creador que danza

nos flagela incansablemente,

y nos arranca la vida y el alma

porque él es poderoso y atronador,

él es el incansable creador,

y nos lleva consigo a jugar

a los prados de la eternidad,

más allá del tiempo y del espacio,

alzando el vuelo y escapando.



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CANTO IV: LA NOCHE DE LOS SENTIDOS



Improvisar, dejarme arrastrar por el ritmo sinuoso.

No pensar en nada.

Liberar mi mente y nada más.

Romper la máscara y gritar.

Saber que de verdad estoy vivo.

Cerrar los ojos y hundirme en mí mismo.

Nadar como un bebe en la oscuridad.

Vida. Muerte. Ingenuo misterio

siempre en incesante lucha

consigo mismo.

Como un chorro de lava que emerge

de las entrañas del deseo, candente,

obseso, así me voy al otro mundo,

al jardín incestuoso donde los niños

ríen y lloran sin pedir permiso

a nadie.

El sol ya se hunde mi ser,

creando la mágica noche de los sentidos,

hermosa reina de mi deseo.

¿Cuándo moriremos?

¿Ya hemos muerto?

No quiero abandonar este dulce estado

de morboso castigo en el que soy,

en el que estoy.

No puedo mirar, no puedo ir.

La floja servidumbre no impide a los niños flotar y dormir en mi hermosa noche de algodón de azúcar, con su entornados ojos saliéndose de sus órbitas, canturreando la eterna canción de la vida y la muerte, dejándose llevar por el eterno y mágico misterio en un chorro de deseo candente de química improducida e involutiva, yendo al último reino de lo primitivo, de lo animal, donde serán al fin libres de sí mismos.

No quiero mirar, no soy esclavo,

y me digo a mí mismo que tengo que avanzar

a través de mí, de ti, del incierto mundo,

de las flores, tan extrañas y tan seductoras...

Se abren las puertas del paraíso,

y los severos y tristes demonios

escapan con sus botas de cuero puestas,

con gafas oscuras que ocultan sus ojos

y sus mentes,

con máscaras que ocultan sus rostros

y sus almas encogidas.

Fuego, fuego, fuego...

El ritmo me enloquece, me arrebata,

la voz rota fluye hacia mí

de un continuo devenir

de acontecimientos superfluos

que nada son, y la señal de la cruz

me recuerda quién soy.

¿Quién soy?

Soy... un mendigo de la noche de los sentidos, y tan sólo te pido... tu alma.

Caprichos incomprendidos en la floja y dulce infancia de piedra roja.

Gritos, murmullos, jadeos, miembros rotos.

¿Quién soy?

El teléfono no suena, pero sí el gran ritmo,

y las influencias resaltan demasiado,

dicen.

No importa, pues la piedra roja

es inmaculada, pura como el agua

de mi alma desecha y limpia,

en la que me disuelvo.

Ladridos, gruñidos, blasfemias, verdades.

Me hipnotiza su voz como lo hizo con los ángeles guardianes, pero no iré.

No me entrego totalmente pues aún me quiero

como para morir en mí sin más.

El agua apaga mi sed inaguantablemente sórdida, y yo no tengo sentido en el escrito de los despojos, pero no importa, pues me reflejo como una sombra en la cama infernal.

Me agoto, y muero, y vivo, y duermo, y despierto sin despertar de la pesadilla tan hermosa que vivo sin fin.

Ya no queda lugar para el aburrimiento,

y el dolor me espadilla y me recuerda

que estoy aquí.

Bendito dolor de mis entrañas.

No quiero, no quiero más.

El genio nace donde muere la voluntad,

y yo muero por momentos, por instantes.

¿Dónde muero yo?

¿Dónde vivo? ¿En qué otro reino?

¿En qué otro estado?

¿Quién... quién soy?

Detrás de las mil máscaras se esconde un mismo rostro sin mente que repite una y otra vez la triste plegaria de los condenados.

Mirar, mirar más adentro... y buscar.

Buscar mientras recorro la calle del amor en vano.

¿Adónde voy?

¿Quién soy?



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CANTO V: EL CÁMINO DEL ETERNO CREADOR



Voy por el camino del eterno creador,

y tan sólo soy una onda en el lago

de su memoria, un silencio

en el eterno murmullo de truenos y silencios,

un eco del pasado aún no olvidado,

un reflejo del futuro aún no creado.

Voy por el camino del eterno creador mientras cabalgo

sobre las alas de mi propia destrucción.



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CANTO VI: DE DIOSES, DEMONIOS Y LAGARTOS



Me queman los oídos,

la lengua me arde,

pasan las horas,

fluye el ritmo,

la voz se rompe,

la música avanza.

Suena el alma en los oscuros cerrojos,

se quiebra la vida en el misterio de mis ojos.

aumenta y disminuye la árida y lenta progresión de disonancias

mientras con ella mi mente aumenta, y disminuye, y vuela.

Mi mente vuela, y la máscara se rasga.

Sonrío y muero.

Vivo y me elevo.

Agudas lanzas, agudos dientes,

agudo dolor de mis ardientes y extrañas entrañas

el escupir tan negra simiente

deliciosamente maloliente.

Abajo, más abajo,

al pozo de los deseos rotos.

Abajo, al eterno y profundo pozo

tan profundamente eterno.

Abajo, al negro y rojo infierno

de la creación indefinida,

del clímax de la muerte y de la vida.

Empieza a volar,

empieza a brotar de las heridas,

más y más indefinida.

Sigue, sigue, sube y sube más,

como la lava de un volcán.

Lo negro se vuelve blanco,

lo rojo se hace pedazos.

El ritmo, el ritmo.

Nos inunda nuestro destino

y nos agarra por las manos

para ahogarnos o salvarnos.

Tambores de guerra,

sordos aplausos.

Bellas canciones

dedicadas al ocaso.

¿Detrás del muro se encuentra

un dios, un demonio,

o un lagarto?

Busca en la lluviosa ventana,

de la antigua casa.

Mantén comunicación

con antiguas razas.

Coge el hacha y corta la respiración

sin sentido en el espíritu ronco

que vacila al morir sin ser visto

como es muerto viviendo.

Lágrimas caen en la ventana

y alimentan el sordo puente

al seco sol.

El hacha vuelve a caer sin compasión.

Caemos sumisos ante la desesperación

como niños complacidos

en la variedad del color de sus gemidos.

Seguimos riendo, seguimos llorando.

Seguimos avanzando por el camino

de los dioses, los demonios

y los lagartos.

¿Quién llora? ¿Quién ríe?

¿Quién muere?

¿Quién vive cuando cae el hacha?

En la aurora crecemos y nos convertimos en ángeles que flotan en la creación más terriblemente hermosa, nos convertimos en temibles dragones de enormes y mortíferas colas, nos convertimos en bellas melodías canturreadas al morir el día para adormecer a los niños, y seguimos nuestro eterno camino de dioses, demonios y lagartos.

Seguimos viviendo, sufriendo,

muriendo y gozando.

¿Quién nace? ¿Quién muere?

¿Quién viene? ¿Quién va?

¿Quién ríe? ¿Quién llora?

¿Quién quiere volar?

Ya no soy, ya no estoy.

Termina la obra.

Cae el telón.


2 comentarios:

  1. Creo que ya lo dije en la introducción al compartir mi querido amigo Alfredo.
    SO-BER-BIO!!!
    Abrazo enorme, compañero.
    Yayone...

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, amiga.

      Un experimento de escritura automática que no resultó mal del todo.

      La música fue mi guía para escribir estas palabras. Me enchufe los cascos, puse la música a toda pastilla, y dejé que los dedos se movieran solos. Y éste fue el resultado.

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