Y no paraba de lanzar botellas al mar con mensajes de auxilio
dentro, pues no deseaba más que ser rescatado de la isla en la que
llevaba tanto tiempo atrapado. Hasta que un día llegó a su costa una
lancha del seprona, y él se volvió loco de contento, pues ya se imaginó
libre de su terrible encierro. Pero la benemérita no venía a rescatarlo,
sino a detenerlo por lanzar basuras al agua. Delito de contaminación
marina, le dijeron. Y el pobre náufrago se sorprendió de que al
decírselo no se rieron, pues sin duda pensó que debía tratarse de algún
cachondeo malvado que le estaba gastando el hado.
Hoy se encuentra encerrado en una celda más pequeña aún que aquella roca, en la que no ve el sol, ni siente la brisa, ni el mar toca, y el pobre desgraciado seriamente está pensando en colgarse de una cuerda por el cuello, si no fuera porque en el fondo teme que después de muerto le imputen un delito medioambiental por colgar desperdicios en su celda, el desperdicio que cuelga al final de la cuerda.
Hoy se encuentra encerrado en una celda más pequeña aún que aquella roca, en la que no ve el sol, ni siente la brisa, ni el mar toca, y el pobre desgraciado seriamente está pensando en colgarse de una cuerda por el cuello, si no fuera porque en el fondo teme que después de muerto le imputen un delito medioambiental por colgar desperdicios en su celda, el desperdicio que cuelga al final de la cuerda.
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