El látigo golpeaba la espalda del condenado, una, y otra, y otra vez, mientras el pobre diablo jadeaba ya casi sin fuerzas.
- ¿Y qué te he hecho yo para que me hagas esto? - le preguntó el desgraciado al instrumento de tortura con su último aliento.
A lo que la correa de cuero, manchada de su sangre, respondió:
- No puedo evitarlo, puesto que te amo, y deseo que estemos siempre juntos.
- ¿Y qué te he hecho yo para que me hagas esto? - le preguntó el desgraciado al instrumento de tortura con su último aliento.
A lo que la correa de cuero, manchada de su sangre, respondió:
- No puedo evitarlo, puesto que te amo, y deseo que estemos siempre juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario