sábado, 9 de abril de 2016

EL ESPEJO QUE ESTABA TRISTE



Les voy a contar la historia

del espejo que estaba triste.


La razón de ser de su tristeza

era que, a pesar de que

todo el mundo lo miraba,

nadie lo veía.


Se sentía ignorado,

marginado, invisible.


Así que el pobre espejito,

no aguantando más su tristeza,

un día rompió a llorar.


Y sucedió entonces

que todo el mundo

que se miró en él,

pudo contemplar su propio rostro

bañado de lágrimas.


No importaba

que la persona que miraba

estuviese feliz y radiante.


Las lágrimas aparecían

siempre e inevitablemente

en su reflejo en el espejo,

resbalando por su propia mejilla

que el observante reconocía como tal,

aunque no pudiera reconocerla como tal.


Así que la gente,

inquieta ante tal acto de brujería,

decidió romper el espejo.

Y así lo hicieron.
 

Lo rompieron en mil pedazos,

y estos los arrojaron al fuego.


Y cada uno de los pequeños pedazos,

mientras se derretían al calor de las llamas,

tuvo un último pensamiento,

que no fue otro que era demasiado triste

el pensar que tan sólo desahogando

su tristeza consiguió que lo miraran a él,

aunque con ello se ganara su propia muerte.


4 comentarios:

  1. Una parábola reflexiva en su amplitud...
    Bello tu sentir Alfredo, querido amigo.

    Besos, siempre...

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    1. Así nos pasa a muchos de nosotros: se ven nuestros escritos, se leen nuestras palabras, pero no se atisba el corazón que late detrás de ellas.

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  2. Nos sucede a muchos, Alfredo, el reflejo no refleja, nos oculta. Un abrazo, compañero.

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    1. ¿Verdad? A veces puede ser ventaja, pero a veces se torna en inconveniente.

      Abrazos.

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