Escritor. Poeta. A caballo entre el mito de Prometeo y el del monstruo de Frankenstein, siempre recurriendo a la cábala y la alquimia de las letras para, en su fuego, dar vida la criatura, sin tener jamás demasiado claro dónde termina el creador para que pueda nacer ella.
miércoles, 20 de abril de 2016
ELLA ERA MAR
Siempre buscaba amantes honestos, no con ella, sino con sus propias imperfecciones, porque de hecho jamás le importó un carajo la perfección.
Nunca fui perfecto, y siempre me importó un carajo mi propia imperfección, y por eso ella me eligió, sin ni siquiera preguntarme si yo también quería.
En un principio mi orgullo de macho ibérico me espetó a gritos que no podía ser, que debía ser yo quien tomase el control de la situación.
Pero la primera vez que la vi desnuda me quedé irremediablemente sordo, y ya no volví a escuchar nunca más ni a mi ego ni a mi voluntad.
Su belleza era tan natural que era imposible no amarla como se ama el mar, su temperamento era tan impredecible que era imposible no temerlo como se teme el mar.
Ella era mar, era agua que te empapaba y sal que te escocía en los ojos, y te los dejaba irremediablemente rojos.
Ella era mar, y siempre estaban sus olas chocando contra mis rocas, deshaciéndolas lentamente por acción y efecto de una erosión constante.
Ella era mar, y resultaba imposible saber por dónde irían sus corrientes submarinas, ni cuándo levantarían una tormenta con violencia
que zarandease mi pequeña y humilde barca en medio de tanta y tanta inmensidad oceánica que me hacía sentir perdido y diminuto,
y, de pronto, todo se calmaba, y su superficie volvía a ser otra vez de un pulido azul, tranquila, refulgente de un sol que secaba mis mojados huesos.
Al final, por la práctica y la costumbre, acabé habituándome a navegar por sus aguas, a sobrellevar sus huracanes,
me hice un experto conocedor de su acuática cartografía hasta el punto que grabé en mi memoria cada una de sus playas y sus acantiladas orillas,
me convertí en un experto marinero que controlaba el timón y las velas de mi barca para llevarla hacia las aguas más seguras,
al tiempo que aprendí qué debía hacer para evitar con pericia los escollos que se escondían bajo la aparentemente tranquila superficie,
para leer las señales que auguraban un cambio en el viento, o unas nubes lejanas presagiando tormenta, o incluso una calma inusitada que deshinchara mis velas.
Y, cuando ya había aprendido todo eso y más, cuando ya me había convertido en su particular viejo lobo de mar, un día me abandonó, así, sin más.
No me dio mayor explicación, aparte de decirme que sentía la necesidad de que sus aguas regaran otras playas, que otros barcos surcaran sus aguas,
que ya se había cansado de estar siempre en el mismo lugar, y que debía marcharse siguiendo su propia corriente, para que sus olas pudieran romper en otras rocas,
todo lo cual, para ella, ya eran incluso demasiadas explicaciones: tantas palabras bien hubieran podido ser un manual de uso de un electrodoméstico cualquiera.
Y no me extrañó en absoluto, ni le reproché absolutamente nada, porque a esas alturas ya la había comprendido absolutamente del todo.
Ella era mar, y el mar es indomable, el mar no se puede contener en una botella. Es uno el que debe entregarse a él, y no él a uno, porque él es la libertad más absoluta.
La vi marchar, y me dejó sabor de salitre en los labios y escozor en mis ojos rojos, y la piel más ajada que cuando llegó el primer día.
No obstante, siempre le agradeceré que en sus aguas fue en donde me gradué como marinero experto, y la que antaño fuera una humilde barca,
hoy ya se ha convertido en un precioso y excelso navío, del cual sólo yo llevo el timón, pues soy tanto toda mi tripulación como mi propio capitán.
Ya muchos años han pasado desde que la conocí, y el tiempo ha hecho presa en mí, y hace ya mucho que a navegar no salgo,
pues mis viejos y doloridos huesos ya no soportan el vaivén de las olas, y pareciera que a quebrarse fueran cuando mi nave zozobra.
Mas, no obstante, incluso en la relajada placidez de mis años canos, hay días en que su recuerdo inevitable me moja las manos,
y una ola de mi memoria me asalta inesperada y me deja irremediablemente empapado de su olor, amargo y salado,
y me siento otra vez joven, impetuoso, capaz de navegar los siete mares de su cuerpo, de hundirme en las turbulentas aguas de su siempre insatisfecho deseo.
Mas mi rumbo extravié, y las cartas de navegación perdí, y hoy en día ya no sabría volver a encontrarla en la inmensidad del ancho mundo.
Y me tengo que a mí mismo consolar en mi ajada soledad, rememorando impetuoso aquellos años mozos en que mi quilla hendía su cuerpo.
No obstante, después de alcanzar el extasiado espasmo, me miro al espejo, y tal cual soy otra vez me veo: viejo, solitario y varado ,
esperando en oscuro astillero a que llegue la inevitable hora de mi desguace, pero con el postrero toque de orgullo en el mascarón de proa
del que no se lamenta de su destino, ni se arrepiente de haber navegado dentro y a través de ella, que acepta estoico lo que ha sido, es y habrá de ser.
El tiempo pasa, y, fría una mañana, en mi nuca noto el gélido aliento de la parca, y en ese momento sé que la última Moira ya está afilando su tijera.
Respiro profundo, dispuesto a aceptar sin queja lo que el hado me tenga reservado, dejo que la vida se me escape, sin luchar, sin hacer nada por retenerla.
Y justo al final, en el último momento, el segundo antes de que mi vital aliento por fin abandone mi cuerpo, con mis últimas fuerzas me asalta un último pensamiento:
¿Acaso ella fue real? ¿Acaso la soñé? ¿Acaso era cálida y sólida su piel? ¿O quizá no fue más que una etérea musa que existió tan sólo en estos versos?
De seguro ahora hallaré la respuesta, después de muerto, mientras mi exánime cuerpo está siendo arrojado por la borda del tiempo.
De seguro ahora la volveré a encontrar, y por sus aguas, eternamente joven, volveré a navegar, y ya no me importará si antaño fuera o no realidad.
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Sabes? Te leo y lo volveré a hacer
ResponderEliminarporque yo soy mar y mi amor es mar [el es mi mar]
tormenta y calma chicha
con sus mareas altas y bajas
acariciando mis playas y labrando mis costas
cresta en la ola ,
agua y sal
resaca y descanso
vida cuando me besa
muerte cuando me desarma
miles de colores reflejan sus pupilas
Cuando el mar [ese amor infinito]
llega a nuestra playa
ahí vivimos y ahí mismo morimos
perdona este desatino
tal vez ni entiendas
lo que digo
eso si me encantó ¡
Lo entiendo, María,
Eliminarclaro que lo entiendo.
Y no imaginas
cómo me fascina
que te puedas ver reflejada
a ti misma y a tu amor
en la superficie de este mar
que pinto con palabras.
Muchas gracias por tu desatino,
te lo agradezco con el alma,
porque eso significa
que te has dejado llevar
por la emoción.
Y para un poeta (ya lo sabes)
no hay nada mejor
que poder provocar esa emoción.
estan cerrados mis comentarios
ResponderEliminarasí veo yo el mar ( ese amor que te vive en mi)
http://mipielentupiel.blogspot.com.es/2015/07/tu-mi-mar.html
besos
Es maravilloso,amiga... El sol, la sal, el agua, las olas, las mareas, la tormenta... Todo se dibuja en tu poema.
EliminarBesos
Es la puesta en práctica del consejo de García Márquez tan difícil de llevar a cabo: "No llores porque ya se terminó; sonríe porque sucedió".
ResponderEliminarExacto, amigo, y llévate el recuerdo a la tumba junto con esa sonrisa, para que las plañideras se pregunten de qué demonios te ríes en un momento supuestamente tan trágico...
EliminarSiempre tendrás un bello recuerdo de algo extraordinario que no te quitará nadie. Sonríe por qué sucedió.
ResponderEliminarUN saludo.
Muy cierto, amigo Alfred.
EliminarSaludos también para ti.
O eres Océano de amor profundo, que hace retroceder mares. Guardas nostalgias, anhelos y silencios.
ResponderEliminarO un pirata que navegó tantos mares y escondió tantos tesoros que al final en ese mar no encontraste la salida, y lo diste todo junto con tus tesoros.
Me ha encantado tu poema, sabes aún tienes salitre.
Felicidades !
En la mirada de un isleño siempre se ve la mar, dicen en mi isla... El salitre nos acompaña de por vida, forma parte de nuestra sangre.
EliminarNo te imaginas cómo me alegra que te hayan gustado mis versos. Muchas gracias por tus palabras.
Un cordial saludo.
Cuando los sueños alcanzan ese nivel en nuestra mente nos cuesta discernir si son eso, sueños, o si realidad. Probablemente esa mujer tempestuosa como una marejada existió más en la mente del enamorado que en ningún otro lugar, pero así se convirtió en el recuerdo amado y en el motivo de continuar el áspero camino de la vida.
ResponderEliminarMe encantaron tus versos, con esa poesía que sólo saben componer los que ya han caminado mucho. Los comparto con sumo gusto y te dejo mis mejores deseos para la semanita :-))
Muy cierto, Mayte, y es que en nuestros recuerdos y fantasías posiblemente muchas historias pasadas son más bellas de lo que fueron en realidad y cómo las sentimos en su momento. Aunque eso tampoco importa si nos ofrecen un aliciente que haga volar la imaginación y las musas.
EliminarMuchas gracias por leer, por comentar y por compartir. Es un placer tenerte por aquí.
Un cordial saludo también con mis mejores deseos.
A veces todo igual.
ResponderEliminarLo importante es vivir(lo) y llenar los poros de brisa cálida que nos reviva o nos sostenga.
Saludos
Muy cierto, Verónica.
EliminarSaludos.
Precioso texto, me sobrecoge la serenidad con que el protagonista la deja marchar porque la ama y cree que eso es lo mejor para ella y así busque otros mares por los que surcar su aliento y alimentar amores.
ResponderEliminarALfredo te felicito por la forma en que trasmites sensaciones de forma tan sutil.
Saludos
Puri
Me alegro mucho de que haya sido capaz de llegarte, Puri. Siempre me han llamado mucho la atención los personajes estoicos que saben aguantar los reveses del destino con serenidad, en este caso tanto la marcha de ella como su propia muerte, ambas cosas completamente inevitables.
EliminarSaludos.
Impresionante relato, Alfredo. Pero el tiempo pasa para todos, y su mar seguro que también se calmó. Dejó un bello recuerdo, que es lo que importa.
ResponderEliminarPor cierto, no sé si es mi ordenador, pero tus comentarios no se ven, no sé si has puesto negro sobre negro.
Besos
Muy cierto, amiga. Al final todas las aguas siempre se calman, es su curso natural.
EliminarY de lo del texto, era que tenía la letra negra y el fondo gris, pero se me quedó un poco más oscuro de lo debido. Gracias por hacérmelo notar. Solucionado, jefa! ;)
Besos.
sublime...
ResponderEliminarGracias, amiga...
EliminarMe acerco a tu espacio por primera vez, compañero, para confesar que me he quedado fascinado con este relato. Fantástico. Es todo un placer leerte. Abrazos, hermano.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, amigo, me alegro muchísimo de que te haya gustado. Un abrazo.
EliminarIncluso si fuera sueño merecería ser soñada eternamente.
ResponderEliminarSaludos.
De un modo u otro, viviría siempre en nuestro recuerdo, sin que nada pudiera arrancarla de ahí jamás.
EliminarSaludos.
Me ha impresionado esa comparación con el mar... perfectamente se puede ser así, a veces calma y otras brava.
ResponderEliminarUn placer leerte, me ha gustado mucho tu relato.
Mil besitos.
Muchísimas gracias, Aurora, por tus palabras. Me alegra que te haya gustado. Y sí, somos así, todos tenemos nuestras mareas, y nuestras calmas, y también nuestras tormentas.
EliminarBesos.
Profundo texto como el mar y como el amor. Me encanta tu forma de decir !! un beso y gracias por visitarme.
ResponderEliminarGracias a ti por leer y comentar. Me alegra que te haya gustado. Nos seguiremos leyendo, sin duda. Besos.
EliminarHay mares que de tan impetuosos, maravillosos e insondables, nos dejan el resto de la vida suspendidos en el vaivén de sus olas, sin poder navegar a otros mares, ni siquiera intentarlo, porque sabemos que ninguno volverá a ser igual y nos aferramos a pender como hilachos, como velas hechas girones, hasta dudar si existió, o es un sueño infinito.Y quedamos atracados yo creo que para siempre.
ResponderEliminarExtraordinario tu poema!!
Besos de sal.
Dicen que cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, ya nada que hicieran o dejaran de hacer lograría que volviesen a entrar, como cuando perdemos la niñez, o la inocencia. Son nuestros particulares paraísos perdidos. Y, sin embargo, siempre formarán parte de nosotros, hasta el final de nuestros días, aunque a veces, como tú muy bien dices, dudemos de si en verdad existieron. Pero sí que existieron. Sus huellas están imborrables en nuestras almas.
EliminarQue te haya llegado de esa manera supone muchísimo para mí. Y te doy las gracias por tus palabras.
Besos de espuma.