sábado, 9 de abril de 2016

CRETA




Creta es la ciudad donde vivo, pero yo no vivo en Creta.


Jamás he visto sus calles, jamás he paseado entre sus casas o por sus mercados.


No sé qué aspecto tienen sus habitantes, aunque imagino que al fin y al cabo no serán tan diferentes a mí.


No sé cuán azul es su cielo, o cuán verdes son sus prados.


Esto se debe a que vivo confinado en mi propia casa.


Mi casa está en la ciudad de Creta, pero yo no vivo en Creta.


Vivo encerrado dentro de mi casa.


Mi casa es de una enormidad tal que jamás he llegado a recorrerla del todo, no sé cuáles son sus confines.


Sus miles de habitaciones, comunicadas por la intrincada red de miles de pasillos, tienen un aspecto gigantesco y amenazador que me amedrenta de tal manera que ya he desistido hace mucho tiempo de encontrar la salida.


Cada cierto tiempo, se cuelan en mi casa unas horribles criaturas que, aunque su cuerpo es poco más o menos igual al mío, su rostro es una máscara deforme que me espanta, y no entiendo qué clase de dios o demonio puede haber puesto sobre la tierra semejantes criaturas para atemorizarme. Al principio yo huía de ellos, pero con el tiempo y la necesidad provocada por el hambre aprendí a darles caza para sobrevivir. Me horroriza tener que verme degradado a tan indigno papel en este absurdo drama, yo, el único minotauro que conozco, una criatura noble pero solitaria atrapada en un mundo que es mi enemigo, rodeado por todas partes por extrañas criaturas que son mis enemigas.


Sí, mis enemigas…


Entre los muchos poderes que tengo, entre la increíble fuerza de mis músculos, que no me sirven para derribar estas paredes que son los barrotes de esta inmensa celda, y mi soberbia inteligencia sobrenatural, que tampoco me ayuda a desvelar sus misterios, está también el poder de la clarividencia de mi propia muerte.


Sé, porque lo he visto en mis sueños, que una de esas criaturas de pesadilla, armada tan sólo con un hilo (sorprendente prodigio es éste) aprenderá a desentramar los secretos de ésta, mi cárcel, de ésta, mi casa, y que a su vez abrirá paso a otra de esas criaturas que con su temible aguijón de acero se abrirá paso a través de mi pecho hasta mi corazón.


Sí, lo he visto, pero después de tantos y tantos siglos, quizá milenios (he perdido la cuenta), ya no temo a la muerte. Al contrario, la muerte se ha convertido para mí en la única esperanza de salir de aquí, de este palacio infernal que parece que no para de menguar, y esta criatura que me la ofrece en el filo de su aguijón (me parece haber soñado que respondía al nombre de Teseo) se ha convertido, ironías de la vida, en mi libertador, en la más anhelada criatura de cuántas podrían visitarme en mi cautiverio.


Ya no me importa su aspecto amenazador, ya no me incomoda su horripilante fealdad, ni la bajeza de su espíritu ni su degradación moral. Tan sólo me importa que, cuando lo encuentre frente a frente, la muerte generosa me ofrecerá, y yo podré escapar, podré escapar, y reunirme con los míos, a los que nunca he visto, más allá de estos inquietantes muros, y ser feliz al otro lado del umbral de esta casa, donde quiera que esté, y dejar de matar para sobrevivir, y simplemente vivir de una vez por todas…


… En paz.

6 comentarios:

  1. Que buen relato desde la versión del minotauro, enhorabuena, Alfredo. Siempre me gustó su historia, es una de las más bonitas de la mitología griega, pero nunca me había parado a pensar desde el otro lado. A veces la avaricia y el egoísmo de los dioses hacen que criaturas inocentes sufran de esa manera, pero al fin y al cabo, ese es uno de los privilegios de ser dioses, ¿no?

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    1. Me alegro muchísimo de que te haya gustado, Ana. Y sí, ese es el privilegio de los dioses, y nosotros, creyéndonos dioses, nos hemos arrogado esos mismos privilegios, sin darnos cuenta de que, al mismo tiempo, todos somos el minotauro.

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  2. Me encanta la mitología y he disfrutado mucho con tu relato, ameno de principio a fin, enlazando un interrogante al otro... Y el final... Ese deseo de paz... La paz interna... La más difícil de lograr.

    Mil besitos y felicidades.

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    1. Me alegra muchísimo que te haya gustado, amiga mía.

      Besitos, y buen día.

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  3. ¡Bravo! Has sabido darle una vuelta de tuerca al mito y descubrirnos que lo que nosotros llamamos bestias pueden albergar más humanidad que nosotros mismos, empeñados muchas veces en no querer la paz.

    Saludos Calados.

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    1. Muchísimas gracias por leer y por comentar. Y muy cierto: el ser humano se cree la guinda del pastel, cuando apenas ha sabido bajar del árbol moralmente hablando. Y quizá si no hubiésemos bajado nunca de él mejor nos iría. O por lo menos al planeta y a las otras especies, tanto a las que hemos extinguido como a las que estamos continuamente maltratando.

      Saludos.

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